Ten cuidado: tus pensamientos pueden convertirse en realidad

Freud definía al ser humano como un saco de sangre y huesos que alberga una mente llena de células neuróticas y provistas de una infinita capacidad psicótica que rezuma agresión y maldad.

En este sentido es muy curioso que los pensamientos negativos tengan una influencia mucho mayor en nuestro pensamiento que los pensamientos positivos. Éstos, los positivos, son recibidos con sospecha y con la seguridad de que viene el lobo bajo una piel de oveja. Si nos anuncian un ascenso en el trabajo, nacen cientos de dudas, las primeras cuestionando si el hecho se hará realidad. Y, detrás, toda una serie de efectos secundarios que deduciremos. Si no somos capaces de deducirlos, los inventaremos, a cual peor que el anterior. Así se reacciona delante de una buena noticia: demasiado bonito para ser real.

Si la noticia es negativa (en la fábrica van a despedir a la mitad de los trabajadores), ni siquiera se cuestiona su inminente cumplimiento sino que se da por hecho que uno está en la lista negra. Y una tromba de consecuencias nefastas acudirán a la mente haciendo cola para aterrizar y volviendo locos a los «controladores aéreos» de nuestra mente.

Solemos fijarnos demasiado en lo negativo. Y no sólo eso: le damos más credibilidad. Nos convence. En lo positivo apenas nos fijamos, lo cuestionamos y, en el caso de que se constate su solidez, le otorgamos la cualidad de un mal presagio.

Debe ser la sociedad que nos ha ido transmitiendo el temor en lugar de la alegría. Incluso la religión habla mucho más del pecado y del infierno que de la alegría, la confianza y el amor al prójimo.

Los poemas más famosos hablan de sentimientos tristes y pasando de largo el límite de la desesperación. Incluso nos atrae más una película en la que se reparten tortazos a diestro y siniestro que las vida y milagros de Fray Escoba. Los chistes tienen que tener un punto de maldad para que nos diviertan. El ser humano es, verdaderamente, algo extraño: podríamos estar todos bien y no hacemos otra cosa que fastidiarnos los unos a los otros.

«La felicidad es superficial, el dolor es profundo». El propio Murphy decía en uno de sus postulados «Si te sientes bien, no te preocupes, pronto se te pasará».

Esta forma de ver las cosas, ya sea genética o heredada de la educación de las generaciones anteriores hace que nos concentremos demasiado en lo malo, que lleguemos a obsesionarnos en ello. Si vemos a nuestra pareja sonriéndonos derrochando alegría tal vez se nos ocurra que debe tener «algo fuera que la hace feliz». Un pensamiento malo, irreal, puede llegar a obsesionarnos de tal modo que llegará a cambiar nuestro comportamiento y el temor a que nuestra pareja tenga «algo por ahí» acabará siendo realidad.

En resumen, y aunque no es tarea fácil, procuremos disfrutar de lo bueno que nos rodea y prestar toda nuestra atención al momento, al ahora. Nuestro pensamiento puede ser nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo. Los pensamientos suelen hacerse realidad, así que prestemos atención en elegir los que nos convenga. La buena noticia es que podemos dominarlos con un poco de paciencia.

 

 

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