Ser Padres

A SER PADRES SE APRENDE
O mejor aún, se descubre paso a paso. Nuestros deseos de ver felices nuestros hijos, de verlos formarse profesionalmente, de que encuentren un día un hombre o una mujer con quien puedan vivir una vida autentica y feliz, despierta en nosotros un montón de dudas y de miedos.

¿POR QUÉ NOS SENTIMOS LLENOS DE DUDAS?
Si algo falla tenemos tendencia a juzgarnos y sentirnos culpables. Si nuestros hijos tienen problemas en su vida familiar, escolar, social, laboral, o conyugal, nos sentimos malos padres.

¿QUE HEMOS HECHO PARA QUE SEA ASÍ?
¿Qué error hemos cometido? De hecho nos complicamos la vida, nos exigimos demasiado ¿Hasta donde debemos ir en nuestro afán de querer hijos perfectos? ¿Qué transmitimos a nuestros hijos y cómo?


 Concepción

UN HIJO SE CONCIBE A DOS
Lo deseable es que un hijo sea el fruto de un doble deseo: el de un hombre y una mujer de ser padre y madre. Un hijo antes de ser concebido ya ha comenzado a existir, es un deseo en la mente de sus futuros padres, un germen de futuro.

¿Cuales son las motivaciones por las que deseamos ser padres?

¿Deseamos tener hijos para algo o por algo?

¿Para no aburrirse? un hijo, divertimiento.

¿Para retener a alguien, (la mujer al hombre o él a ella) contra su deseo profundo, contra su voluntad?. Un hijo salva-parejas.

¿Para que se ocupe de sus padres en la vejez? Un hijo o hija enfermera parental.

¿Para que sea el artista que nunca pudimos ser? Un hijo admirable, orgullo familiar, realizador de deseos paternales.

¿Para que realice los estudios que no pudimos hacer? o peor aún ¿Para remplazar un hijo desaparecido? Hijo de recambio, siempre decepcionante, nunca igual al desaparecido.

Todas estas «motivaciones» y otras más van contra el destino natural e inducen en nuestros hijos obligaciones, porque los hijos necesitan ser queridos, es vital para ellos, e intentarán parecerse al modelo (muchas veces inconsciente) que desean los padres.

¿Qué atmósfera ofrecemos a nuestros hijos? Tensa o llena de buenos sentimientos.

El destino natural de un hijo es vivir su propia vida

Nacer, crecer, ser autónomo, independiente, libre y abandonar sus padres para fundar su propia familia.

Es natural desear lo mejor para nuestros futuros hijos, pero lo mejor es sin duda verlos felices y para eso habrá que renunciar a ellos.

La concepción ideal es la del hijo inesperado, fruto simplemente del amor entre los padres.


El embarazo

El embarazo no es una enfermedad, es el proceso natural de reproducción.

Que lo hayamos deseado, o no, (aparte de los desgraciados «accidentes» hijos no deseados, violaciones, etc.) la sorpresa del embarazo debería ser un motivo de gran alegría y de emoción intensa.

SER MADRE REAFIRMA A LA MUJER
Una mujer que no ha tenido hijos, vive en una especie de feminidad incompleta, no es que necesite tener hijos para ser mujer, sino para completarse.

Nos da la impresión de que son los padres los que deciden tener un hijo, está claro que pueden decidir no tenerlo, lo que no está tan claro es que sean ellos los que eligen.

¿Quien elige a quien? ¿Cuantos intentos fallidos? Entre los millones de espermatozoides que pueden fecundar un óvulo, sólo uno lo consigue, es el más capaz, el más apto o el que tiene más suerte; es la naturaleza la que decide.

¿CÓMO VIVIMOS NUESTRO EMBARAZO?
En la confianza, en la duda, en el sufrimiento, en la angustia, en la alegría, en la felicidad.

El estado de ánimo de la madre influye en el feto que lleva en ella: una madre agitada o ansiosa, se agitará se angustiará consumiendo mucha energía y privando de esa energía y de un reposo sano a su futuro hijo, una madre tranquila, relajada, dará la posibilidad al mismo de tranquilizarse y reposarse.

El ejercicio oxigena la sangre, tanto a la madre como al feto, lo que es bueno para la madre lo es para él.

¿SERÁ NIÑO A NIÑA?
Es natural que los padres tengan preferencias, ya sea porque tienen un hijo y desearían la hija, o al revés. Así imaginan, esperan o desean. El «germen de futuro» tiene su identidad, sexo y vida propia, se mueve por sí solo, tiene ya su carácter innato, es más o menos receptivo, reacciona de una manera que le es propia. Sería conveniente reflexionar ¿Cómo queremos a este futuro hijo por él mismo o para que se adapte a nuestros deseos?

¿A quien se parecerá?

¿A QUIEN SE PARECERÁ?
A la madre al padre, a la prima, al tío, a qué imagen idílica; el «germen de futuro» tiene imagen propia, es inútil intentar imaginárselo a menos de querer forjarse frustraciones.

EL EMBARAZO


Nacimiento

NACER O MORIR
Un hijo nace porque no podría vivir eternamente en el vientre de su madre: moriría.

Nacer supone optar por la vida, abandonar el cuerpo de la madre donde tenía todo lo necesario, para pasar a una vida desconocida y tal vez hostil.

Nuestro nacimiento se inscribe en nuestro inconsciente y en nuestro cuerpo: curiosamente todo el resto de nuestra vida lo pasaremos a «renacer» nuestra maduración nos empujará a abandonar, a renunciar para poder existir por nosotros mismos, para renacer en una nueva etapa de nuestra vida.

CARÁCTER INNATO
Es posible que nacer sea nuestro primer impulso de vida, en él ponemos de manifiesto nuestro carácter innato ¿Hemos necesitado ayuda? ¿Hemos nacido sin problemas? ¿Hemos estado apunto de morir? ¿Hemos esperado el último momento? ¿Hemos empujado con ímpetu? o ¿Hemos necesitado una cesárea? Más tarde este carácter se pondrá de nuevo de manifiesto en los actos de nuestra vida: Necesitaremos ayuda, esperaremos el último momento antes de tomar una decisión, haremos frente con ímpetu, sin miedo, etc.

TEMORES
¿Nacerá bien? ¿será normal?

El parto es un momento decisivo, en muchos casos angustiante (sobretodo si es nuestro primer hijo), tememos por la madre y por él, tememos el accidente; cabe recordar que no hace muchos años el parto era peligroso, cualquier complicación podía acabar con la vida, y es posible que guardemos en nuestra consciencia la noción de peligro.

Actualmente un parto se prepara, podemos conocer su sexo, su talla, su estado, así como el de la madre. La medicina ha hecho enormes progresos y las cosas suelen desarrollarse normalmente.

ASISTIR AL PARTO
En muchas ocasiones la madre desea que el marido asista al parto, empujada por sus miedos perfectamente comprensibles, intentará convencerlo. Pero, ¿cual es su opinión?, ¿desea él asistir al parto? ¿Se siente capaz de afrontarlo? O el simple hecho de pensarlo le angustia, lo que depende en gran parte de la idea consciente o inconsciente que se haga sobre el parto, es posible incluso que asista pero que tenga que ausentarse porque no se siente bien, que sólo haya ido a estorbar, que se sienta inútil viendo sufrir a su esposa y no pudiendo hacer nada, es ella la que tiene que dar a luz.

Si el marido lo desea y se siente capaz puede acompañar al su esposa en ese momento, ¿por qué no? Es posible que su presencia alivie la madre, pero si tiene dudas vale más abstenerse.

EL ENCUENTRO
Un momento de gran emoción, ver nuestros hijos por primera vez, encontrarse, no es un acto banal, es como tocar nuestra imaginación con las manos, durante meses hemos imaginado, y aunque no se parezca en casi nada a lo imaginado, aquí está y su presencia y su fragilidad nos inspiran ternura, tenemos ganas de protegerlo, de mimarlo, lo sentimos como algo nuestro, nos sentimos responsables, padres realizados, y es posible que en ese momento comprendamos que nuestros hijos dan sentido a nuestra vida, nos proyectan hacia el futuro en la continuidad.


Un nombre

Nuestro nombre lo recibimos sin poder decidir, es una imposición, y revela una intencionalidad.

Lo cierto es que nuestro nombre nos marca mucho más allá de las simples apariencias: nuestro nombre puede gustarnos o no, puede incluso ridiculizarnos, y puede no corresponder en nada a nuestra personalidad.

Nos llamamos como nuestro padre o madre, tío o tía, abuela, primo, persona admirada, como un santo, una santa, un rey o reina o desconocido en una búsqueda de novedad.

¿Quién ha elegido nuestro nombre? ,¿con qué intención? Es muy probable que nuestro nombre haya sido elegido de manera consciente, para transmitirnos valores de las personas conocidas, familiares, amigos o famosos, con el deseo de que nos parezcamos a ellos y es muy posible que nos identifiquemos, para bien o para mal.

Se nos puede incluso llamar como a un hermanito desaparecido al que podemos suponer que hemos venido a remplazar, ¿qué vida podemos esperar si reemplazamos alguien que no vive? Hagamos lo que hagamos su nombre nos condena.

No hace mucho tiempo conocí un niño que se llama Leonardo, sus padres se quejaban de que no quería aprender nada en el colegio, no quería ser un genio como Leonardo da Vinci, quería simplemente ser el mismo, ser querido sin que nadie esperase de él nada extraordinario y por esa razón se negaba a ser el otro, «el genio» ; los padres por su parte deseaban que fuese un niño genial a lo que él se negaba para no ser despersonalizado.

Esto ilustra hasta que punto un nombre puede alterar la vida de una persona, no por el nombre en sí, sino por la intencionalidad que esconde.

Hay que ser uno mismo, más allá y a pesar de nuestro nombre.


Complejo de Edipo

El complejo de Edipo juega un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano.

Cuenta la leyenda que Edipo mata a su padre y se casa con su madre con quien tendrá dos hijos y dos hijas.

Hacia los tres años los hijos descubren su diferencia sexual, saben o deberían saber cual es su sexo y por qué. Hasta entonces viven en una especie de fusión con la madre y han conocido una especie de autoerotismo: oral con la succión y la ingestión de alimentos, anal con el control de la defecación, y sexual con el control de la orina y la masturbación de sus órganos genitales (erecciones en el niño). En la asociación de deseo de satisfacer sus necesidades y el consiguiente placer.

El niño comienza a orientarse hacia la madre o hacia el padre de manera sexuada (amor al sexo opuesto) y esto se pone de manifiesto en sus preguntas: ¿cómo se hacen los niños? ¿Mamá o papá podemos casarnos? ¿Podemos tener niños? Estas preguntas necesitan respuestas claras e inequívocas.

El niño, que ama a su madre, ve a su padre como un rival, lo odia, lo teme y al mismo tiempo quisiera parecerse a él para poseer a su madre de manera exclusiva.

La hija, que ama a su padre, quisiera tener un hijo de él (simbólicamente el hijo representa el sexo que no tiene) y se convierte en rival de su madre a la que imita para seducir a su padre; en teoría acabará por renunciar por miedo a perder el afecto de su madre.

El padre, que representa la ley debe explicar a los hijos la prohibición del incesto. Esta ley es simple: entre los humanos la relación sexual entre padres e hijos y entre hermanos está prohibida.

Es interiorizando esta ley que los hijos se construyen como humanos capaces de amar y también de renunciar.

Frente a la imposibilidad de realizar su deseo, estos sentimientos de amor, y la obligatoria renuncia, se graban en nuestro cerebro, en lo más profundo de nuestro inconsciente (nadie recuerda su complejo de Edipo) y se convertirá en el «motor» inconsciente que nos hará buscar el amor en nuestras relaciones extra familiares, y al mismo tiempo nos permitirá renunciar, que es una de las claves más importantes para poder ser uno mismo con toda libertad.

La habilidad de los hijos para seducir a sus padres puede ser muy tenaz y sorprendente. Es muy importante que en esos momentos la relación «padre madre» sea muy sólida, con el fin de facilitar la «renuncia» por parte de los hijos, estos deben tener claro que no hay nada que hacer.

Después de la ruptura de la fusión madre hijo, hecha por el padre, el hijo continua amando a sus padres, pero de manera casta y al mismo tiempo puede volcarse afectivamente hacia los niños de su edad, se «socializa», va a intentar trasladar el conflicto familiar al exterior.

El complejo de Edipo debería estar resuelto hacia los 7 u 8 años, a los que siguen unos años en los que la libido se manifiesta poco, hasta la pubertad donde de nuevo (si no ha sido resuelto) volverá a resurgir.

PROBLEMAS

Una madre demasiado posesiva o un padre sin la autoridad suficiente para resolver el complejo de Edipo dejan al hijo en una fusión permanente con la madre, que excluye la socialización de éste, el hijo se interesará poco en los niños de su edad, se retraerá, intentará dominar a su madre y vivirá en conflicto permanente con el padre, al que considera como un rival e intentará oponerse, son los niños infernales en casa y muy dóciles fuera (por falta de relación social).

Vuelvo a insistir en la importancia de las relaciones padre y madre: en una pareja conflictiva, donde no hay amor la resolución del complejo es extremamente difícil.

En una pareja que se ama el complejo de Edipo se resuelve fácilmente, sin demasiados problemas.


El padre

Un hijo necesita su padre como símbolo; imagen en la que va a reflejarse para construirse.

LA IMAGEN DEL PADRE
La imagen que reciben nuestros hijos, no es sólo la imagen física de su genitor, (en muchas ocasiones éste no existe o está ausente) es también la imagen verbalizada por las personas de su entorno. Además, cine, teatro, literatura, religión y mitología, ofrecen una imagen suplementaria que va ayudar a construir la imagen mental que todos tenemos de lo que es un padre «nuestro padre interior».

COMO SER UN BUEN PADRE

PADRE TODOPODEROSO
Cuando somos pequeños nuestro padre nos parece como un gigante, poderoso, fuerte, protector e indestructible. Nos sentimos seguros en su presencia, es la imagen del padre «creador» y «todopoderoso», que nos echará del paraíso terrenal en el que vivimos (fusión con la madre), en cuanto nos sintamos atraídos por ella (fruto prohibido).

PADRE REFERENCIA
La imagen paterna que se construye en nosotros va a servirnos de referencia comparativa. Nuestro padre, así como los demás padres, será bueno o malo, comparado con nuestro padre ideal.

Conviene recordar que, sea como sea, lo importante es cómo lo percibimos.

UN MAL PADRE
Padre alcohólico, tiránico, impotente, incestuoso, insatisfecho, violento, incapaz, ignorante, perverso, etc. Son los padres que utilizan sus hijos como instrumento para sus fines, son los padres en dificultad, poco queridos, poco respetados, incapaces de amarse y de amar, que tienen tendencia a volcarse hacia sus hijos para que logren lo que ellos no han podido lograr: ser queridos, respetados, fuertes, etc.

Cuando somos pequeños, frágiles, necesitamos nuestro padre, lo queremos a pesar de todo, y tenemos tendencia a justificarlo, a «protegerlo» un poco como si nos protegiésemos a nosotros mismos – ¡al que hable mal de mi padre, le parto la cara! – Es una agresión a nuestra propia persona, a la imagen paterna que llevamos en nosotros.

La mayoría de los padres, en ocasiones, tenemos la impresión de ser malos padres, sobretodo cuando surgen dificultades, pero en el fondo somos el mejor padre posible.

UN BUEN PADRE
Padre protector, fuerte, potente, capaz, respetuoso, cariñoso, buen marido, amado, que se interesa y participa, transpira amor hacia sus hijos, etc.

El buen padre representa la ley, juega con sus hijos, pero no como amigo, sino como padre; respeta la ley y la hace respetar sin dramas, sin amenazas y sin violencia, con serenidad y con autoridad. Está abierto al dialogo y a la conciliación, valoriza, desdramatiza con humor.

El buen padre es sobretodo el hombre amado que ama a sus hijos; refleja la imagen de lo que nos gustaría ser, a lo que aspiramos: el hijo como imagen de sí y la hija como hombre deseable.

Hagamos lo que hagamos siempre habrán momentos difíciles, nadie es perfecto, pero dando lo mejor de nosotros mismos las cosas suelen salir bien.


Amor paterno

UN AMOR NECESARIO
Nuestros hijos necesitan ser amados, es vital para ellos, esto les da confianza en sí mismos y en la vida (les enseña a quererse y a querer) pero este amor debe ser altruista y desinteresado; no exclusivo ni alienante.

QUERER A NUESTROS HIJOS
No es necesariamente hacerles regalitos a troche y moche para que crean que los queremos, para que nos quieran, o para que nos dejen en paz. Querer a nuestros hijos es querer que se desarrollen en armonía y sean felices más allá de sí mismos, de nuestras propias necesidades individuales, aunque esto pueda hacernos sufrir.

QUIEN BIEN TE QUIERE TE HARÁ LLORAR
Hay que comprender que unos padres que ponen limites a sus hijos y que no ceden a sus caprichos (aunque eso les haga sufrir) son unos padres que aman más a sus hijos que unos padres que ceden por facilidad o por no lastimar. Aquí cabe preguntarse a quien no lastimar, si a los hijos o a uno mismo.

EL JUICIO DEL REY SALOMÓN
Cuando el rey Salomón decide cortar por la mitad al hijo de dos madres que pretenden su maternidad, es la madre verdadera la que prefiere perder éste antes de verlo muerto. Exagerando un poco diremos que los padres que aman verdaderamente a sus hijos son los que están dispuestos a abandonarlos para que sean felices.

QUERERLOS, SI. PERO NO DEMASIADO
El amor excesivo puede transformarse en una trampa que encierra al otro y le impide desarrollarse (crecer). Lo propio de nuestros hijos es que un día nos abandonen para que puedan vivir sus vidas. Si la idea de perderlos nos hace sufrir es sólo porque nuestro amor es egoísta: los queremos para nosotros, para que nos hagan felices y no para que ellos sean felices. Es posible que los perdamos de vista. No podemos dárselo todo. Un día necesitarán un hombre o una mujer, crear un hogar y tener hijos y eso no podemos ofrecérselo; no está a nuestro alcance.


Autoridad

LA LEY
Imaginad un país sin leyes, o donde las leyes no se aplicasen, donde cada cual hiciese lo que quisiera, sin limites, sin normas, sin respeto de nada ni nadie; la ley del más fuerte o del mejor armado, el caos total. ¿Cuál no sería nuestro sentimiento de inseguridad?

La ley es necesaria: fija las normas de conducta social, los limites y las sanciones, nos guía y protege, incluso de nosotros mismos, limitando nuestros instintos naturales.

La autoridad es necesaria: la ley, una vez discutida por los legisladores y aprobada, necesita ser aplicada. Si no, perdería todo su sentido. De la misma manera que en un país civilizado hay jueces, abogados y policía que se ocupan de hacer aplicar la ley, en una familia el padre representa la ley, y son tanto el padre como la madre los que la respetan y aplican a ellos mismos y a los demás miembros de la familia.

La madre tiene que aceptar que es el padre quien debe proteger la familia y aplicar la ley e incluso facilitarle el trabajo, dejando el espacio suficiente a éste para que pueda ejercerla y valorizando su función, delegando la toma de decisiones y sometiéndose a ellas.

La ley se discute: concierne al padre y a la madre, son ellos los que deben ponerse de acuerdo sobre la ley, «las normas y reglamentos familiares», que, por supuesto, no pueden excluir las normas sociales, a las que deben someterse.

LA AUTORIDAD PATERNA
Un padre tiene que tener claro que es él mismo el que debe encarnar la ley y ejercer la autoridad, si no, ¿quién debe hacerlo en su lugar? La autoridad es del orden de la convicción personal, la autoridad sólo funciona cuando uno está convencido de poseerla y con la obligación de ejercerla.

La autoridad no se discute: una vez el padre y la madre se han puesto de acuerdo, no hay ninguna razón para poner en duda la autoridad, incluso en ausencia del padre o de la madre; cualquier discusión sobre la autoridad significa que ésta es discutible, poco fiable o nula; hay falta de acuerdo; un juez no discute la ley, la aplica.

AUTORITARISMO
El autoritarismo es el polo opuesto del laxismo, cuando la autoridad se discute, se pone en duda, la deriva hacia el autoritarismo es fácil y en muchos casos más deseable que la deserción frente a la autoridad; vale más imponer la autoridad por la fuerza que sucumbir frente a la anarquía, esto no es una opinión personal, la historia nos ha demostrado esta preferencia más tranquilizadora entre los dos extremos (el caos y la dictadura).

La autoridad se convierte en autoritarismo cuando ésta «enferma» por falta de coherencia, cuando un día se otorgan libertades y al otro se prohíben.

El autoritarismo puede ser eficaz, pero tiene inconvenientes, el mayor es una deriva hacia la violencia, la injusticia o la falta de coherencia.

Los malos ejemplos: insultar o poner en duda la autoridad de profesores o agentes del orden, no respetar la ley, es incitar a nuestros hijos a tomar ejemplo a descalificar nuestra propia autoridad. No habrá que extrañarse si luego se permiten tratar a la autoridad que representamos como nos han visto hacerlo con los demás.


Valores

Más allá de nuestros deseos, lo que transmitimos a nuestros hijos son nuestros valores, ya sean positivos o negativos.

EJEMPLOS
Si un padre da un alto valor a la cultura, transmitirá a sus hijos «la cultura es un bien» (gran valor), esto no quiere decir que nuestros hijos van a estudiar. Lo que transmitimos es el valor que damos a la cultura. Si nos ven interesarnos, cultivarnos, documentarnos, con placer, estarán tentados de querer hacer lo mismo, «aprender es un placer y es importante».

En este sentido los padres que no se interesan por los estudios de sus hijos, les quitan valor, no porque no los consideren importantes, sino porque no lo son bastante como para que se interesen en ellos.

De la misma manera los padres que se obsesionan, castigan y amenazan a sus hijos para que estudien, hacen entrar a sus hijos en una relación dolorosa con la enseñanza («aprender es sufrir»). No hay que extrañarse que huyan de los libros o que, si no lo hacen, estudien angustiados.

También es posible que los padres por falta de tacto no alcancen a transmitir sus valores: si unos padres que aman la música intentan imponer a sus hijos el aprendizaje, en lugar de transmitirles su amor por la música, pervierten el valor. Y los hijos pueden reaccionar negativamente, aprender música puede ser vivido como una alienación porque no es un deseo personal, sino una imposición.

LA IMAGEN PARENTAL
La imagen de padre o de madre que transmitimos a nuestros hijos, depende en gran medida de la imagen que cada cónyuge tiene del otro. Si el marido ama y admira a su esposa, la hija intentará imitar a la madre para ser amada como ella; el hijo imitará al padre del que aprende. Amar a una mujer es placentero. De la misma manera la madre transmite a su hija que amar a un hombre es placentero. Y el hijo imita a tu padre para ser amado. Esto es fundamental para la formación de la personalidad de nuestros hijos.

Si los padres no se aman entre ellos, los hijos no se aman a sí mismos: mamá no quiere a papá, ser un hombre no es bueno. O papá no quiere a mamá, ser un mujer no es interesante.

Los padres no deberían olvidar nunca que sus hijos no vienen al mundo para realizar sus deseos, porque esto les obligaría a renunciar a su propia existencia y a su libertad.

Desear que nuestros hijos logren lo que nosotros no hemos sido capaces de conseguir es legítimo, pero imponérselo es condenarlos; no hay que olvidar que al mismo tiempo les transmitimos nuestra incapacidad para conseguirlo.

CONCLUSION
Sin complicarse la vida; si nuestra relación con las personas y con el mundo que nos rodea es una relación placentera, nuestros hijos recibirán esto como regalo.

Ser felices es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos.


El segundo

Cuando nace un segundo hijo o hija, viene a ocupar un espacio ya ocupado por el primero. Además toma casi todo el tiempo disponible de la madre. Es normal que el primero se sienta desposeído, un «príncipe destronado», y que para acaparar la atención haga «caprichos» o que haga una regresión (hay que ser bebé para que se ocupen de él). Y si ya era «limpio», es posible que vuelva ha hacerse pipí en la cama.

Estas reacciones son «normales» pero dependen en gran parte del comportamiento de los padres.

Conviene que los padres expliquen a su primer hijo que él siempre será el mayor pase lo que pase, que eso tiene ventajas e inconvenientes. Y explicarlos, no sólo con palabras sino con hechos. Por ejemplo, que él puede comerse un helado y el bebé no, que puede ir de paseo, pero que el pequeño no. Se trata de valorizar el hecho de ser mayor, para que no tenga deseos de «regresar».

Ofrecerle momentos de relación exclusiva, juegos, actividades, paseos y mucho cariño.

No hay que perder de vista que lo que teme es perder el amor de sus padres.

 

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