Disciplina destructiva

La disciplina, como medio, suele acabar siendo la finalidad única si se aplica de la peor forma posible. Es decir, la mala aplicación de la disciplina es un buen método para perder la autoridad y para ver alejar los objetivos que se habían fijado en un principio.

Lo malo, además, suele ser que los objetivos no suelen tenerse demasiado claros. Sólo se persigue que las personas sometidas a un control egocéntrico adivinen el pensamiento del controlador. Si no lo hacen, se suministra una dosis de jarabe de palo como motivador.

La disciplina mal aplicada comienza centrándose exclusivamente en lo negativo (todo lo haces mal) sin ofrecer la alternativa deseable ni valorar las progresiones alcanzadas.

Se continúa ordenando aplicar criterios totalmente diferentes ante casos exactamente iguales. Las excepciones son aleatorias y su fundamento es imposible de deducir. Además, es muy eficaz que la persona sometida a la disciplina destructiva reciba órdenes incompatibles entre sí (el padre le dice al hijo que para ser un hombre tiene que fumar, mientras que la madre le amenaza con graves castigos si toca un solo cigarrillo en su vida).

Para profundizar más en la acción destructiva de la disciplina impuesta, lo ideal es que ésta se base en sembrar la confusión mediante muchas órdenes y reglas ambiguas y mal planteadas, que se mantenga la inflexibilidad aún cuando se caiga en situaciones insostenibles, y que las exigencias sean a menudo desproporcionadas o imposibles de cumplir.

La fase de perfección en la inutilidad de una disciplina, consiste en repartir castigos constantes, imprevisibles y caprichosos. Pero, por encima de todo lo anterior, el truco es humillar todo cuanto se pueda: «sólo a un inútil como tú se le ocurrirían tantas estupideces como se te ocurren a ti».

Quien se dedique a practicar estos métodos va a comprobar, con el tiempo, que si la disciplina es destructiva para el que la recibe, también lo es para el que la da.

FOTO: By Norwegian Army

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