Adaptarse, obstinarse, resignarse…

La adaptación y la resignación son dos términos que suelen ser tomados como sinónimos. Sin embargo, no es así.

Adaptarse significa reconocer una nueva situación y mover todos los mecanismos disponibles (o buscarlos si no los tenemos) para que las nuevas circunstancias no solamente no nos hagan daño sino que nos aporten el máximo beneficio.

Adaptarse es aceptar la realidad tal y como es en lugar de obstinarse en permanecer en la película de ciencia ficción que podemos dirigir y protagonizar día tras día. Querer competir con la vitalidad de los 20 años cuando ya se sobrepasan los 50 no es más que una obstinación ridícula y una fuente inagotable de dolor. La naturaleza pone, tarde o temprano, las cosas en su sitio. Y a veces lo hace de una forma muy contundente.

Obstinarse en que nos ame quien está obstinado en amar a otra persona también es cerrarse las puertas a otras opciones más gratas y saludables. Son ganas de sufrir con profesionalidad.

La resignación es un abandono a las posibilidades de actuación, la elección del negro en una vida vista en blanco y negro: o las cosas son como quiero que sean o no vale la pena moverse para nada. Resignarse es sentir impotencia, odio, rabia, cerrarse a los pequeños placeres cotidianos por decisión propia.

Para clarificar un poco en qué consisten cada una de las posturas ante una situación que nos entraba en nuestros planes, imaginemos que perdemos el avión que nos tenía que llevar de vacaciones. Por supuesto nadie se pondrá a celebrarlo.

Si nos adaptamos a la situación, comprenderemos que el avión no va a volver y que nos quedarán algunas opciones que tendremos que elegir, tal vez en combinación. Una será, por ejemplo, tomarse unos días en un lugar accesible en coche o en tren. Otra será reservar el vuelo más próximo que nos lleve al sitio que esperábamos. Se tendrá que hablar con la compañía aérea o con la agencia de viajes para ver que posibilidades existen. Por supuesto, deberemos tomar nota para que otra vez no vayamos siempre a última hora. Dentro de lo perdido, recuperar lo que se pueda.

Si nos obstinamos, seguiremos al avión corriendo en mitad de la pista aún cuando éste ya se encuentre a un centenar de metros de altura. Y montaremos el correspondiente pollo para que el piloto dé la vuelta o se nos ponga un vuelo especial. Además, descargaremos toneladas de ira sobre la azafata del mostrador para que se haga responsable de habernos quedado sin vacaciones, amenazándola con hacer lo posible para que se quede sin trabajo, tanto ella como sus superiores.

Si nos resignamos, nos volveremos a casa, nos pondremos a llorar acurrucados en el sofá, y nos lamentaremos una y otra vez de lo desgraciados que somos en esta vida. No consideraremos otra opción que no sea sufrir con intensidad por la mala suerte que hemos tenido.

Concluyendo, la adaptación es la postura más práctica, la que nos causará menos dolor y la que nos aportará unos resultados más satisfactorios. Los lloriqueos y pataletas pueden estar bien en un momento dado, pero no deberían prolongarse más allá de unos pocos minutos.

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